miércoles, 14 de junio de 2017

Mercados turistificados en Madrid



La privatización, 'gourmetización' y turistificación de los mercados de abasto ponen en peligro la distribución de cercanía, la socialización y la convivencia


Autor Invitado - Jorge Sequera  Madrid 14 JUN 2017
Algunos mercados de abasto en Madrid se encuentran cercados entre la decadencia y la renovación, lo que ha convertido a algunos de ellos en espacios donde invertir en el negocio hostelero, modificando los usos, los precios y los productos de consumo para nuevos clientes: nuevas clases medias, turistas, visitantes, etc. Evidentemente, esto está teniendo consecuencias inmediatas, tanto por la desaparición de ciertos comerciantes o modelos de negocio considerados obsoletos, como por la exclusión de clientes con menos recursos.
Si nos detenemos brevemente en el Plan de innovación y transformación de los mercados de Madrid 2003-2011 -con una inversión de 142 millones de euros- éste se desarrolló sobre tres líneas estratégicas:
  • la renovación y modernización de la estructura de los mercados;
  • la promoción de una imagen en común, mediante la marca “Mercados de Madrid”;
  • y la profesionalización de la gestión.
Estas políticas urbanas sobre el comercio habitual han influido en que dichos procesos de transformación favorezcan los mercados gourmet a través de lógicas de emprendimiento, que son atravesadas por la exclusividad o la experiencia gastronómica, en detrimento de los usos tradicionales de abastecimiento a precios razonables de los mercados.
En la actualidad, nos encontramos con diversos tipos de mercados renovados en la ciudad de Madrid, desde los que han sido demolidos y reconstruidos bajo un nuevo concepto, como el de San Antón en Chueca, con una mezcla entre supermercado, pequeño comercio y restauración, al ya famoso Mercado de San Miguel, icono de la privatización, la gourmetización y la turistificación. Estos nuevos modelos han generado una debacle de buena parte de los mercados de abasto en la almendra central, que no han sido reconducidos por ninguna política pública participada o de informes de impacto social, sino que han replicado el paradigma de los mercados turistificados barceloneses, rebasando estos espacios de convivencia por una lógica bien distinta: la desaparición del abasto y la implementación de un consumo oneroso, que mercantiliza el acto mismo del abastecimiento.
Una de las novedades en los mercados de Madrid, y en este caso, en el situado en Lavapiés, que utilizaré como ejemplo, fue su conversión en espacio de oportunidad para una capa importante de la población, que tras la crisis que comenzara en 2008, tuvo que reciclarse laboralmente.
En un primer momento, emergieron nuevas formas de relacionarse laboral y afectivamente al interior del mercado, con la creación de nuevas formas cooperativas y asociativas de gestionar los puestos del mercado, articulando el servicio público que debe ser un mercado municipal con la economía social y solidaria, la agroecología y la soberanía alimentaria. En solo 5 años, ese modelo laboral del mercado se reajustaba de forma abrupta junto con el modelo abrasivo de la hostelería, y aquellas formas empresariales que han encontrado cobijo en tiempos de crisis en la hostelería (food trucks, lounges, gastrobares, el negocio de la caña y tapa low cost, las franquicias hosteleras o los gintonics bars), penetró en el mercado como un elefante en una cacharrería.
Al potencial cliente, ahora visitante, turista, consumidor de rutas turísticas y de la agenda Time Out, se le promete la esperanza de encontrar la verdadera experiencia popular de adentrarse en un mercado mientras se consumen tapas y vinos. Poco a poco, el mercado de San Fernando en Lavapiés se ha convertido en un gran “bar encubierto” donde los fines de semana no se puede casi entrar y donde entre semana el 80% de los puestos permanecen cerrados (contrario a la propia ordenanza municipal de 2010 y considerado como infracción muy grave), generando un paisaje desolador.
Como resultado de la entrada de estos procesos especulativos al interior del mercado de suelo de titularidad pública, permitido “con pinzas” por la flexible ordenanza de 2010 con Gallardón como Alcalde, nos encontramos con perversos, dolorosos y persistentes problemas:
  • comercios de titularidad pública que se “subarriendan” a altos precios;
  • espacios comunes (y abandonados) que son puestos en alquiler para grandes firmas empresariales que quieran promocionarse;
  • traspases de negocio (en puestos concedidos por la Administración Pública) a precios desorbitados;
  • presiones por el sector hostelero para abrir los fines de semana hasta las 2h de la madrugada y poder cerrar entre diario;
·         ·  la adaptación forzada de carniceros y charcuteros reconvertidos en camareros los fines de semana, incluidos domingos y festivos;
·         ·  ocupación de los espacios comunes por mesas y sillas como si de terrazas indoor se trataran;
·         ·  venta de bebidas alcohólicas de alta graduación no permitidas en algunos de los establecimientos; etc.
A este modelo fomentado por una ordenanza desarrollada en 2010, hemos de añadir la confianza por parte del nuevo gobierno municipal de Ahora Madrid en la hostelería y la gourmetización como el eje vertebrador de la revitalización de los mercados municipales, como así hemos oído en distintas declaraciones del Concejal de Centro o de la Teniente Alcalde.
En la mayoría de los casos, este perverso modelo está generando la concentración y monopolización de concesiones que son públicas y por tanto con alquileres realmente bajos (varios de los propietarios de estos negocios tienen otros similares en zonas estratégicas de Madrid, algunos incluso en otros mercados municipales), con alquileres de entre 10 y 20 veces menos que en los locales privados, lo que incrementa exponencialmente el carácter lucrativo de sus negocios, además de fomentar el trabajo precario y el intento de desregulación de horarios de los mercados públicos.
En el último año, ya se ha superado el porcentaje de hostelería en la superficie comercial (conviene recordar que el máximo permitido es del 65% de los puestos), bajo formatos “encubiertos” y posibilitados por la actual regulación municipal (barras de degustación en comercios de alimentación) superando con creces a los puestos de abastecimiento clásicos del mercado. Esta incesante llegada de la hostelería, está acompañando a un proceso más amplio de ciudad destinada al consumo de bienes y servicios relacionados con el turismo y la propuesta de “tapa y caña”: recordemos que estamos a escasos metros de un experimento de una multinacional del comercio, el Carrefour 24 horas y de un nuevo hotel low cost que se está construyendo en la plaza Lavapiés, al que sus vecinos aún le plantan cara.
Como estamos viendo, los mercados de abastos municipales están sufriendo en Madrid una época en la que su futuro está en pugna. El esfuerzo de los comerciantes que ostentan la concesión de su gestión y de las propias gentes de los barrios puede posibilitar que los mercados vuelvan a cumplir la función estratégica y básica de servir de espacio para la distribución de cercanía, en circuito corto, de bienes esenciales para la vida cotidiana, además de configurarse como un espacio de socialización y convivencia. Pero además, necesitamos dotarnos de una ordenanza municipal que sea capaz de defender el lugar y uso de unos mercados de abasto públicos que son de todos y todas, para el abastecimiento de los pobladores del barrio de productos frescos y perecederos a precios asequibles. Y no el espacio para que algunos se lucren de manera rápida, desorbitada y a expensas de los espacios públicos.

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