Jueves 16 de Junio de 2016 Por:
Bertha C. Ramos
El mercado, el lugar público reservado para
vender o comprar productos, es el corazón de la urbe. Es el núcleo palpitante
donde pueden recobrarse las emociones aprehendidas en la infancia a través de
los sentidos; es el espacio en que el ser urbano interactúa con sus coterráneos
a través de la actividad comercial, pero también en función de disfrutar y
conservar su patrimonio gastronómico y cultural.
El Sureste Asiático ha sido por excelencia una
región de comerciantes y mercados públicos. Los mercados tradicionales de
Vietnam, igual que los de Camboya o Indonesia, son la esencia de esas ciudades
y símbolo de ellas. Atestados, bulliciosos y muchas veces caóticos, tanto
locales como turistas acuden allí en busca de mercancías, en especial de los
variados alimentos que se ofrecen en el inmenso laberinto de callejas. El
regateo, la algarabía y los fuertes olores son parte fundamental de la
experiencia en estas plazas que combinan la venta de artesanías, ropa,
especias, joyería y cachivaches propios de la cultura asiática, con locales
improvisados para consumir platillos exóticos durante el día o la noche. Los
numerosos mercados del Sureste Asiático nos sirven para echar una mirada
retrospectiva a lo sucedido en Barranquilla con la zona que sostuviera su
actividad comercial, un abandono que arrasó con buena parte de la tradición y
la identidad de la ciudad.
Recuerdo que en tiempo de vacaciones mi mamá
hacía un horario de tareas entre las que figuraba acompañarla al mercado, justo
en medio de los caños; un oficio que a esa edad era un castigo, pero que el
tiempo descubrió como el encuentro inaugural con muchos de los olores y sabores
que nos marcan por el resto de la vida. Esa costumbre barranquillera pasó al
olvido con la llegada de los supermercados y abandonamos un lugar que ya había
sido tomado por la inmundicia y los olores nauseabundos.
Con el proyecto de recuperación del Centro
Histórico hoy se propone recobrar la dinámica comercial de los mercados, cosa
que –según los desarrollos proyectados para la zona– podría hacer que
Barranquilla marcara una diferencia definitiva con el resto del país. Su
ubicación a orillas del río, su vocación y su apertura a otras culturas invitan
a que sus plazas de mercado “sean un destino comercial, gastronómico y
turístico” como propone la Administración Distrital; pero hay que pensar en
grande. Son indispensables saneamiento, infraestructura y seguridad para que,
además de recuperar los lugares emblemáticos de comercio de alimentos, se
multipliquen los puestos de comida, los restaurantes, las terrazas que miren a
los caños, los cafés, heladerías y puestos de dulces, de raspaos y de bollos,
entre otros; hacer del mercado público un centro de acopio de la cultura
gastronómica y la gran vitrina de artesanías de toda la Región Caribe. Pero
bien hecho. La ciudad ya no acepta más retoques.
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